Con tres flores amarillas me acerco al río.
Aunque esté nublado te busco en el cielo.
Te has convertido en estrella,
en la más hermosa,
en la que más ilumina y nos brinda esperanza.
En el horizonte,
la infinita bóveda del cielo se une con el río.
Quiero creer que en esta unión existe un espacio
donde lo humano y lo divino se encuentran,
una senda de armonía con rumbo a la eternidad.
Naciste en los últimos días de primavera, ¿lo notabas?
Aquí, en tu antigua casa, aquí donde aún vivo yo,
a las faldas de las montañas los árboles se colorean verdes,
y entre las piedras del río yacen amapolas sin pétalos.
De noche las personas duermen.
Pero no así los murciélagos, las ranas
y una hermosa garza que aún en la oscuridad su blancura deslumbra.
Como deslumbra el blanco de este papel.
Quisiera que se despejara y me vieras escribiéndote,
preparando, como siempre, tu regalo de cumpleaños.
Qué no daría por volver a escuchar tu voz,
preguntarme inquieta, ¿qué es, qué es?
Tenerte intrigada y esperar hasta el último momento para enseñártelo.
Me temo que las cosas han cambiado un poco.
Partiste.
Aunque pregunte sé que nunca tendré respuesta pero lo intentaré:
¿me dejarán darte tu regalo en el lugar donde vives ahora?
Mi regalo es esta flor que corté en el camino.
Amarilla, silvestre, inocente y sencilla, idéntica a ti.
Con todo mi amor la aventaré a ese espacio donde cielo y río se unen,
donde la paz llena la inmensidad y la eternidad mora.
Aviento las tres flores amarillas.
Una es para mamá.
Otra es para papá.
Y esa, la más hermosa, es para ti.
Feliz cumpleaños, hermana.